“Pinceladas sobre dependencia emocional”
Allá por el año 99, Jorge Castello definió la dependencia emocional como “un patrón persistente de necesidades emocionales insatisfechas que se intentan cubrir desadaptativamente con otras personas”.
La persona dependiente vive un amor patológico representado por la necesidad, dónde se está dispuesto a pagar el más alto de los precios: la integridad y la dignidad de la persona.
La relación se vuelve prioritaria desde una perspectiva nociva, dónde el amor, experiencia cumbre de la psique humana, más que embellecer el mobiliario emocional de la persona, actúa como un sostén de seguridad que responde de forma disfuncional, a un auxilio clamado desde el interior del individuo.
El dependiente responde ante su privación con una entrega absoluta de sí mismo, sin límites ni márgenes, dónde el amor se expresa a través de la autodestrucción. El miedo obsesivo emergido ante un posible abandono y un frágil bienestar que se construye en base al estado emocional de la otra persona fuerza un auto abandono y “el respeto y la esencia de la persona son ofrendados y regalados irracionalmente” (Riso, 2003).
“El dependiente le pone un cheque en blanco con sus nada disimulados deseos de contacto continuo y con su nada disimulada fascinación hacia él”
(Jorge Castello, 2019)
Se deduce que se da una idealización del vínculo y la pareja, el dependiente pagará cualquier precio por un contacto reiterado, que en ausencia del mismo será experimentado como una abstinencia, como un deseo excesivo de exigencia que no podrá ser respetado por la otra persona, dado el absolutismo subyacente al que responde dicha demanda, que por su propia naturaleza no puede satisfacerse.
Por otro lado, el compañero ejerce soberanía sobre la relación, lo que le dará el control de la misma. Como se da una idealización del compañero, y el bienestar y la calidez dependen de su estado anímico y su respuesta, la persona dependiente se subyuga y se subordina a su pareja: siempre uno de los dos miembros guarda más méritos e importancia y ejerce el mando.
Los terribles miedos al abandono y esa terrible sensación de pérdida hacen del dependiente, un caldo de cultivo para la obsesión y el neuroticismo, pues vivirá en una encrucijada y en una perpetuidad carencial.
La persona que guarda esas privaciones y que responde de esa forma disfuncional ante las relaciones, es por lógica una persona que tiene una deteriorada autoestima y que por tanto al no guardar una buena relación consigo misma y no ofrecerse una validación adecuada, huirá a toda costa de la soledad e intentará poner en marcha una imagen inmaculada de sí mismo a su entorno para que el rechazo no se produzca nunca.
Hemos de entender, que ese servilismo tan explícito no es una expresión altruista, sino que responde a una necesidad de mantener alejada la soledad y provocar la conexión con los demás, evitando el conflicto. Por tanto, y de forma desadaptativa, el dependiente sobrecompensa su déficit de amor propio, con validez externa, obtenida es este caso y a toda costa de la pareja.
Cabe mencionar, que este perfil psicológico descompensado es la víctima perfecta de personas manipuladoras y narcisistas, con falta de empatía, que instrumentalizarán a la persona para aprovechar este ”regalo” que están dispuestos a dar sin condiciones.
“Hay gente que no sabe o no puede gestionar el amor que siente y hay otros que se aprovechan de ello” (Riso, 2003)
Para finalizar, hay que comentar que, si bien hablamos de un perfil específico de dependiente, la dependencia puede tomar distintas formas, aunque la propuesta común en su génesis es la misma, privaciones y sentimientos de abandono e imperfección solventados a través de mecanismos supletorios: hay un contacto y unión del individuo consigo mismo totalmente disfuncional.